MEDELLIN, ENTRE EL INFIERNO Y EL CIELO

Editorial de 7hormigas.com

Capital del departamento de Antioquía, en la República de Colombia, con algo mas de 380 km cuadrados de extensión en terreno irregular y con casi 3 millones de habitantes, ha sido recientemente premiada como la ciudad mas innovadora en cuanto a desarrollo urbano, entre otras cosas por su novedoso y práctico sistema de transporte público basado en una ramificación que parte de un metro convencional, continúa con un metro bus y terminando por un metro cable que trepa desde el valle hacia la montaña.

Entre el misticismo y sus bohemios personajes, el museo de Antioquía cuenta con más de 8000 piezas entre pinturas y esculturas, donde se destaca la colección del artista Fernando Botero, oriundo de la ciudad y quien haya donado sus voluminosas y particulares obras.

La irritante historia de organizaciones transnacionales, de los cárteles de droga y de la redes narcocriminales en todo su esplendor, hicieron que “la ciudad de la eterna primavera” se transforme en la sede mundial de la violencia, el descontrol y la inseguridad, llegando a obtener un record negativo de 320 homicidios por cada 100 mil habitantes según informes del Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses. Para dimensionar la gravedad del caso, las tasas mas bajas que se producían en Medellín, fueron siempre superiores a la de grandes ciudades como Río de Janeiro o San Pablo. Para el año 1991 hubo algo más de 6600 homicidios y entre los años 1990 y 1999 algo más de 45000.

Pero…ciertos males no se redimen con cariño. La opinión pública como base sustentable de políticas acertadas, no hace más que confirmar realidades que uno puede percibir y comprobar en el transitar diario y en el desarrollo de una urbanización que fue sometida a un problema tan complejo y dinámico como el de la inseguridad.

El proceso de paz en Colombia no ha sido un desarrollo de buenas voluntades, si no un planteamiento estratégico, el cual se basó en tres grandes ejes: condiciones de la desmovilización, cese de operaciones narcoterroristas, dialogo de paz junto a entrega de armamentos.

En el pasado quedaba la penetración del comunismo que logró enfrentar guerrillas liberales con guerrillas conservadoras. El narcotráfico, con redes de poder, aparatos de violencia propios y dinero en gran magnitud, las convirtió en milicias autosostenibles derribando de esta forma todo sostén ideológico. 

La alta tasa de homicidios, los secuestros, los atentados, las extorsiones y el tráfico de más de 1800 sustancias ilegales, filtración, penetración y copamiento desataron el infierno, que oscurecía y opacaba la amabilidad de los “paisas” e inclusive desmoralizaba a toda una nación, dejándola injustamente doblegada y discriminada ante la cruda mirada mundial. Ni el mas ingenioso escritor de Hollywood hubiera imaginado ciertos números y estadísticas, más de 400 bandas criminales operando, más de 50 mil jóvenes entre 14 y 26 años asesinados en los últimos 20 años por el enfrentamiento armado. 

La “guerra urbana” es muy compleja, jóvenes que se incorporan a ciertas bandas para defender su territorio de milicias (Farc, ELN, AUC), quienes absorben las pequeñas bandas convertidas en poderosas organizaciones criminales dotadas de monstruosos arsenales. Las “autodefensas” intentan controlar los barrios mas humildes de Medellín, y cuentan con centros clandestinos de operaciones en Manrique, la nororiental, la noroccidental, suroccidental y Santa Cruz por nombrar algunos. La Ramada, los Mecatos, La 91, Los enanos, Los magníficos, Los Priscos o los Nachos escribían la historia del antiguo cártel de Medellín. Pero el cambio y el reciclaje siempre fueron constantes, y allí La de Frank, La Terraza, La Torre, Los Costales, Los Trianas no perdonan con sus AK47, subametralladoras y subfusiles de asalto.

La reinvención de su clase social más vulnerable, no ha sido otra cosa que uno de los factores fundamentales en el entendimiento del camino a seguir. Un persistente cambio de “miseria por pobreza  digna” según la bautizara Aquiles Gorini (especialista en seguridad destacado en América Latina), en pleno recorrido sobrevolando con el metro cable el barrio Manrique, territorio hostil cuna de los sicarios y mercenarios más despiadados de la historia del hampa conducidos en aquel entonces por el tristemente legendario Pablo Escobar.  No eran casos menores los relacionados a Alfredo Vázquez (El Pana), Carlos Aguilar (Mugre), John Jairo Velásquez (Popeye) y los hermanos Mosquera (La Quica y Tyson) líderes criminales y conductores de primera plana.

Pura y exclusiva responsabilidad de sus gobernantes y de su pueblo, quienes buscaron la transformación positiva basados en políticas públicas territoriales, acercando la educación de calidad a los barrios más humildes, instaurando la cultura y la música como alternativa para el desarrollo mental y espiritual, entregando un instrumento, una trompeta por la eliminación de un arma, designando centros de expresión juveniles y centros deportivos y recreativos cerca de sus viviendas, imponiendo como requisito innegociable el orden y la limpieza, apoyados por una saturación de cuadros policiales altamente capacitados, profesionales motivados y respetados, convencidos de los lineamientos a seguir.

Desde ya que la inversión pública en infraestructura permite cambiar los standards de vida de la clases olvidadas, que son tentadas y se encuentran a un paso de la marginalidad. Y así se logró el 98,8 % de viviendas con energía eléctrica, el 97,3 % de acueductos , el 96,6 % de alcantarillado y el 91 % de las viviendas con comunicación telefónica. Números sencillos y efímeros hasta el momento que corroboramos que la ciudad supera las 600 mil viviendas. El alfabetismo alcanzó el 90,2 %, y no de casualidad, si no porque la biblioteca subió la montaña, las computadoras se acercaron a los niños y el mensaje de necesidad de cambio fue tan contundente, como el accionar en materia de seguridad, justicia y penitenciaría propiamente dicho. 

Fue necesario cambiar la lentitud, burocracia y paquidermia de las estructuras estatales, centralizando las altas decisiones políticas y descentralizando lo táctico, desarrollando inteligencia estratégica para iluminar el camino hacia el planeamiento estratégico.

La conquista y control positivo de pequeños territorios por parte del Estado, solo fueron posibles con una inversión multimillonaria, grandes obras de infraestructura, importantes políticas de acción social basadas en el respeto por las personas y por el mobiliario urbano. Comprender el tiempo y la magnitud fue un punto clave cuando se hablaba de un cambio paradigmático de esta naturaleza.

Sobran ejemplos en el mundo, Medellín un emblema de ello, en donde los índices de inseguridad superan a las estadísticas de un post conflicto. La única manera que no se reciclen los circuitos de violencia a modo de espiral, es instaurando justicia. Y si el Estado no administra justicia, la privatización del poder florece y se instala como una alternativa pragmática sostenida por una perversa ideología. 

La redes de apoyo y solidaridad ciudadana, nunca alcanzarán para llevar a Medellín u otra ciudad al “cielo”, pero si para sacarlas del infierno. Entre la seguridad objetiva, real y estadística, y la seguridad subjetiva referida a la percepción, se desvanecen las expectativas de las comunidades, y con ella el crecimiento humano individual y colectivo.

Los ciudadanos de bien queremos paz y seguridad, pero a costa de que? Que estamos dispuestos a entregar para conseguirla? No debemos ser presos de recompensa inmediata, ni ostentar la mala costumbre de obtener mucho habiendo entregado poco, pero probablemente haya llegado el momento de que coloquemos en nuestras agendas la compasión social, el análisis profundo y real entendimiento del problema y finalmente el inicio de una solución viable.

El infierno y la inseguridad como epidemia, es la consecuencia de la destrucción global y genérica de la familia, la escuela, las leyes, las políticas públicas genuinas, la policía, la justicia y las instituciones en general.   

Si nos permitimos la licencia de cuestionar todo, o solo actuamos con buenas voluntades, nos encontramos condenados al fracaso, al sometimiento y a la derrota democrática. Si los diálogos son excesivos y las acciones escasas, se generan falsas expectativas, y los acuerdos se transforman en babosos, genéricos y abstractos.Cuando el péndulo de la seguridad ciudadana se establece mayormente entre el descontrol y la inviabilidad del desarrollo humano, no hay muchas mas alternativas que castigar con el rigor que corresponde, y esto sin lugar a dudas, no es más ni menos que un imperativo ético y moral.

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