La sociedad y la política argentina en tiempo de crisis (múltiples). Realidad, reflexión y arenga.

Por María Laura Torres.
Abogada. Especialista en Derecho de Familia. Magister en Derecho Privado. (UNR). Especialista en Bioética (UBA).

Existe una realidad que duele, y no se puede soslayar. Hace más de una década que en nuestro país, en materia política, se viene observando una marcada tendencia al fanatismo extremo, especialmente (o casi exclusivamente) en relación al sector militante del oficialismo de hoy, representando por el FDT, Kirchnerismo, La Cámpora, y todos los que bailan al ritmo de ellos. 

De un tiempo a esta parte, se generó un fenómeno conocido en la jerga popular como “La Grieta”. Claro que desde siempre existen posiciones opuestas. En Argentina fueron, y son, numerosas y disímiles; pero desde años atrás, el país se dividió tajantemente en dos: el oficialismo y la oposición (oscilando, los unos y los otros, siempre entre los mismos actores que van invirtiendo sus roles. No cabe, creo, explicar quiénes son; el lector bien lo tiene claro)

Es perceptible que nos incomoda y que no se soporta más la fractura en la sociedad argentina. Esa grieta indomable, hoy, en un contexto de crisis (múltiples), se volvió el pan nuestro de cada día. Esa hendidura alargada, desde la Patagonia hasta nuestro querido Norte argentino, desde este a oeste, se cuela en cada temática que se pretenda abordar, soslayando lo esencial: debatir para construir, aun, y con necesidad, desde las diferencias. 

¿Quiénes son los responsables de esta grieta? “Divide et impera”, ¿en su máximo esplendor?  las particularidades son, primero, que nuestros gobernantes están lejos de ser Julio César o Napoleón. A Dios, Gracias. O no, hemos llegado a un punto donde la comparación no cabe porque queda demasiado chica; además, no estamos seguros acerca de cómo oficialismo y oposición podrían utilizar esta técnica, destinada a empoderar al “soberano” para controlar sujetos, poblaciones o facciones de diferentes intereses, que colectivamente pueden oponerse a su gobierno. Nobleza obliga sincerarse, y decir que el oficialismo está más enfocado en levantar la bandera con la máxima citada supra. El mecanismo de control se disfraza de una tendencia política que pretende atraer a las clases populares, implementando un populismo económico, político estratégico, discursivo.

Así las cosas, el oficialismo divide porque no sabe perder, necesita perpetuarse en el poder para imponer, someter, y tener un pueblo esclavo de decisiones arbitrarias tomadas a su antojo y conveniencia (de ellos, y de los que, de momento, sean considerados “amigos” del poder. ¡Vaya manera de defenestrar la esencia de la amistad!)

La oposición directamente no se entiende por qué (se) divide. No hay rasgos de inteligencia en esa decisión. Todos tiene un objetivo común (verbalizado en terminar con las políticas populistas, los gobernantes autoritarios, la defensa de la república y sus instituciones, sostener la democracia, insertar Argentina en el mundo, etc.) pero caminan por líneas paralelas buscando llegar a un mismo lugar, pero que, al final de cuentas, no les servirá para nada, o les servirá para poco, ya que estarán (casi) todos en la línea de llegada, pero solos, sin poder unirse a sus pares; a menos que el paralelismo trasmute a perpendicularidad. Ojalá esto se cumpla. No es un simple deseo, es una necesidad de todos.

A lo dicho supra, agregamos la mea culpa que nos cabe como pueblo; debemos asumir nuestra responsabilidad. Hacernos cargo de que nos estamos dejando dividir; nuestra mansedumbre es su poder. Dudo en afirmar si los políticos son astutos o nosotros demasiado débiles (me inclino por la segunda opción; hemos visto, en reiteradas ocasiones, la ineptitud de algunos (muchos) gobernantes). El poder de las masas se esfuma. Nos olvidamos que también somos gobernantes, no sólo gobernados. Sin embargo, esta apacibilidad de los ciudadanos, desde mi humilde punto de vista, viene de la más pura resignación. Estamos cansados, indignados, angustiados al ver nuestra querida Argentina arrasada. De a poco, nos están dejando sin fuerzas para pelear por ella. Es nuestra obligación recuperarnos para volver a pararnos. No hay otra salida.

El gobierno de turno fue logrando que no podamos reunirnos en pos de un objetivo común. El poder central dividió y creó disensiones y desconfianzas entre la gente, con un único fin: disminuir las posibilidades de uniones y entendimiento en contra de sí mismo. Así de simple. Pongo en evidencia al gobierno de turno, porque si algo quedó al descubierto con el gobierno anterior fue la esperanza de que todavía podemos recuperar lo que se está esfumando. (Las marchas del 24A, del 19O, y del 7D de 2019 son un claro ejemplo de ello, así como las distintas movilizaciones de los ciudadanos durante parte de 2020/2021 en defensa de la República ante las medidas tomadas por el PEN con motivo de la crisis sanitaria que aquejó al mundo).

El dato de color de todo este lío es que no estamos hablando de gobiernos despóticos, totalitarios, absolutistas. Somos una República democrática, un Estado de Derecho. Al menos eso dice nuestra Carta Magna. Lo que sucede en los hechos, es otra cosa. Tengo plena certeza, y cero dudas.

Esta división política se trasladó e instaló en el pueblo con la fuerza de una verdad absoluta, radical. El debate inteligente está en vías de extinción. Es harto difícil encontrar una persona tolerante con la cual sea posible intercambiar opiniones sin entrar en la discusión negativa, no constructiva, combativa. (ni las instituciones de enseñanza se salvan de ello; el adoctrinamiento, feroz en algunas, un poco más encubierto en otras, es un arma peligrosa para el pensamiento crítico de nuestros jóvenes)

“De uno y otro lado de la grieta, los temas que quedan atrapados en ella terminan convirtiéndose en granadas de mano. Sometidos indefectiblemente a un proceso de deformación, nunca se tratan para lograr una compresión más profunda de los hechos (eso es lo de menos) sino para lastimar políticamente al “enemigo”.

La tan mencionada GRIETA crece en lugar de achicarse, ¿Por qué? Hay que entenderlo antes de juzgarlo.

La Intolerancia intelectual se apoderó hasta de mentes brillantes (permítase poner en duda lo de “mentes brillantes”). La palabra Tolerancia viene del latín “tolerantia” que significa “cualidad del que puede aguantar”. La RAE la define como el respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias. 

Creo que estamos en problemas para encajar en este concepto. Es evidente que en los tiempos que corren tenemos dificultad para aguantar. (Con justos motivos. Los acontecimientos, de público y notorio conocimiento, que viene sucediendo, desde marzo de 2020, generan impotencia, dolor, angustia entre los “tolerantes”. Enumerarlos llevaría largas y angustiantes páginas)

El respeto del pensamiento del otro cedió ante el fanatismo exacerbado por los propios dirigentes políticos y su militancia, los medios de comunicación masiva y la sociedad misma.

Seremos, tal vez, intelectuales, pero no inteligentes. No se logra leer entre líneas. El “entusiasmo” por defender la idea lleva a que se olvide pensar si sirve para construir presente y futuro. No se aprendió a escoger la mejor alternativa entre varias. Se elige la que se defiende a ultranza sin ponerla en la balanza. 

“Se trata de una ¿lealtad? que no entiende razones y que se mantiene pase lo que pase. “La grieta nos fuerza al pensamiento único”, afirma el psicoanalista José Eduardo Abadi.

Efectivamente, en los universos paralelos K y anti K se piensa de una sola manera y quien se anime a apartarse del guion argumental hegemónico y reconozca algo de razón o verdad en los argumentos de la familia “enemiga” empezará a ser visto como sospechoso. Un cuerpo extraño. O, tal vez peor, un traidor”.

El nivel de inteligencia social decae. A pasos agigantados se va perdiendo la capacidad de debatir, analizar, deliberar. De dar un veredicto. Tenemos la cabeza llena de información y datos, pero no se pone en práctica lo aprendido.

De lo dicho hasta aquí saco dos conclusiones obvias: no hay tolerancia ni tampoco inteligencia. Sólo cabe algo de intelectualidad, de entendimiento parcial. Una visión intelectual acotada al molde político de preferencia. No hay sociedad política ideal. Sólo hay pseudo ideales indiscutibles. Una especie de mantras sagradas.

La tolerancia intelectual es un plan deseable que parece de muy difícil realización. Eso no se pone en tela de juicio. Nuestra labor individual es conseguir que la tolerancia intelectual sea posible. 

Primero, habría que preguntarse, en una especie de examen de conciencia, cuán convencidos se está de aquello que se defiende. ¿Es realmente cierto?

Otra pauta a seguir es ser plenamente conscientes de que todos podemos equivocarnos. Debemos tener el coraje suficiente para admitir que la idea del otro también puede ser válida. La verdad absoluta no existe. Debemos tener el coraje de asumir nuestros errores, reconocer nuestro ser infalible, dejar la soberbia atrás.

Tal vez lo que lleve a ser intolerante respecto a la mirada del vecino es la cuota de ignorancia que todos cargamos. Ignorancia que procede de negarse a aprender o inquirir lo que puede y debe saberse. Negación que puede deberse a debilidad de ideales, miedo a descubrir que aquello que se juraba cierto puede no serlo tanto, certeza de que lo que se defiende no es lo apropiado.

Los que nos queda por hacer como sociedad es no seguir instigándonos a la confrontación, al choque. “Si dejáramos de incitar a las personas unas contra otras (a menudo con las mejores intenciones), sólo con eso se ganaría mucho. Nadie puede decir que ello nos sea imposible”.

La solución es apelar al diálogo sensato, razonado, abierto, constructivo, enriquecedor, crítico. La falta de tolerancia e inteligencia, y el abuso del poder ha llevado a guerras y a exterminios de pueblos, a crisis masivas de toda índole. Estemos atentos y hagamos memoria. Nos olvidemos lo que DEBE recordarse, y perdonemos sólo lo que no fue fruto de políticas caprichosas.

Somos seres civilizados, por lo cual no encuentro razón para no poder tolerar la posición política del otro. El fanatismo me resulta un fenómeno difícil de entender. He aquí mi porción de ignorancia.

“Todos tenemos nuestras convicciones e ideas, y eso está muy bien. Podemos disentir con el otro, lo cual es beneficioso porque nos enriquece como personas. Pero algo muy distinto es la lógica del “todo o nada”, de la “vida o muerte”, donde no buscamos construir nuestra propia vida, sino mirar lo que hacen los demás para intentar destruirlos. El fanático idealiza sus creencias, su grupo o “su tropa” exagerando las virtudes y negando los errores y los defectos, que proyectará en el grupo antagónico. Arma así la lógica del “bueno y el malo”. Entonces se dedica a perseguir, a condenar y a querer destruir lo que ha proyectado en el otro y negado de su propio grupo”. 

La Tolerancia Intelectual es uno de los pilares fundamentales de la cultura y de la comunidad. No puede haber tolerancia con fanáticos exclusivistas intolerantes, violentos y crueles. Ahí está precisamente el límite del proyecto democrático. 

La ciudadanía toda debe entender el concepto, y nuestros políticos aprenderlo y aprehenderlo para aplicarlo. Así, podremos construir una sociedad tolerante, intelectual e inteligente, que crea en la coexistencia amistosa de ideas diferentes, que apele al diálogo, que sepa escuchar, que pueda lograr ponerse en el lugar del otro para captar su punto de vista. 

En síntesis, la solución parcial de este asunto es reemplazar la máxima citada al comienzo por el preámbulo de nuestra Constitución Nacional, y grabarse a fuego, principalmente, la parte que reza: “ (…) con el objeto de constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad, para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino (…)”. Asimismo, reconocer que cada individuo tiene una opinión y que la verdad puede estar en cualquiera de ellas, o en todas. 

Aboguemos por una concepción positiva de la tolerancia.   “Voltaire pregunta: ¿Qué es la tolerancia? Y responde: Tolerancia es la consecuencia necesaria de la comprensión de que somos personas falibles: equivocarse es humano, y todos nosotros cometemos continuos errores. Por tanto, dejémonos perdonar unos a otros nuestras necedades. Esta es la ley fundamental del derecho natural”

Sólo me permito disentir con este gran escritor, defensor acérrimo de la libertad de expresión, la libertad de religión y la separación de la iglesia y el Estado, “en el perdón de nuestras NECEDADES”. Como dije más arriba, y lo repito para que no pase desapercibido, no se DEBE perdonar los errores frutos de gobernantes necios, con políticas antojadizas. Claro está que “equivocarse es humano”, lo detestable es no asumir los errores cometidos. A buen entendedor, no más palabras.

Asimismo, al lector, al “buen entendedor”, el que vislumbra la realidad y que ya hizo su trabajo reflexivo, solo cabe regalarle un discurso para avivar su ánimo. 

A él me remito, sin más: ¡Coraje, argentinos!  Empiezo esta arenga haciendo alusión al vocablo “coraje”; Significa “impetuosa decisión y esfuerzo del ánimo, valor”. ¿Qué necesitamos para ponerlo en marcha? Personas dispuestas a no callar, a movilizarse en pos de la dignidad, del trabajo honesto para sacar al país del barro en el que está encajado. 

¿Cómo hacerlo? Escuchando el grito sagrado: “Libertad, libertad, libertad”. Rompiendo las cadenas que nos asfixian sin dejarnos crecer, progresar, producir, invertir, superarnos y superar. Somos los libres del mundo, aquellos a quienes los demás libres del mundo le gritaban: ¡Al gran Pueblo ARGENTINO, salud! Que los laureles de nuestro escudo nacional no pasen a ser un mero elemento decorativo, sino que sigan representando la victoria y el triunfo en el logro de la independencia; independencia, en nuestros días, de ideas, pensamientos, criterios, corrupción, viveza criolla, trampas, y personajes siniestros. No hay trono, no hay reina ni rey. No habrá.

Necesitamos coraje para animarnos a vivir coronados de gloria. Debemos dejar de conformarnos con “sobrevivir”. Parafraseando a algún que otro cantautor: ¿“Tristes y errantes hombressobreviviendo?”; no es la opción, ni hoy ni nunca.

No podemos resignarnos a sobrevivir en nuestro país,porque tenemos sangre que nos recorre el cuerpo, porque tenemos un pasado bueno que honrar, porque hubo mucho charco rojo y pesadas lágrimas, sobre este suelo en pos de hacer grande a la patria. 

Esta es la nación donde un gran jefe, hace tiempo, “a la carga”, ordenó; de alguien que, por ver grande a su patria, “con la espada, la pluma y la palabra”, luchó; tierra de patriotas de la Revolución de Mayo; de aquel que, en la querida ciudad de Rosario, a orillas del Paraná (“cuando triste la patria esclavizada, con valor, sus vínculos, rompió”), enarboló la albiceleste, “la que la cima de los Andes escaló”; de jóvenes muchachos que se fueron adonde clamaba el viento y rugía el mar, a ese suelo “más querido de la patria en su extensión”, a luchar y defender Malvinas, tierra cautiva de un rubio tiempo pirata, nuestra perla austral; de gauchos famosos que coronaron la patria orgullosa de radiante y sublime laurel.

Pero sobre todo es la tierra que forjaron hombres y mujeres “de a pie”, que no salen en los libros de historia, pero que son nuestra historia, de todos los que “usamos” la bandera argentina. La patria grande que fundaron nuestros antepasados, inmigrantes que llegaron en los barcos a vapor al puerto de Buenos Aires, y que se esparcieron a lo largo y a lo ancho del país. Llegaron sin nada, algunos muchos sin nadie, resistiendo, sufriendo el desarraigo, e hicieron tanto. Trabajaron de sol a sol; estudiaron, se formaron, se hicieron profesionales, labraron y cultivaron la tierra, criaron animales, produjeron alimentos. Trabajaron. Hoy sus descendientes seguimos sus pasos: estudiamos, trabajamos, producimos. 

No es difícil entender por qué defendemos su legado. Mi legado tiene nombres y apellidos. Hijos y nietos de inmigrantes europeos que nos encomendaron sus propios valores, principios rectores, y comportamientos ejemplares. Lo que ellos habían aprendido y aprehendido de su familia.

Nosotros, representantes y representados: el pueblo argentino, crecimos escuchando historias de la Argentina próspera. Pertenecemos a la generación de generaciones que bregaron por: “constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad, para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino: invocando la protección de Dios, fuente de toda razón y justicia (…)”. Cabe machacar sobre el preámbulo de nuestra Carta Magna.

Afiancemos la justicia, obremos y juzguemos respetando la verdad. Otorguemos a cada uno lo que se merece en función de sus méritos y/o condiciones. Exijamos justicia, y velemos por su cumplimiento, la que garantiza nuestra Constitución Nacional, y la de arriba.

No permitamos que nos quiten jamás los beneficios de la libertad. No somos “esclavos”, ni sujetos, ni impuestos al deseo de otros de forma coercitiva El lector bien puede pensar en lo obvio de este razonamiento, más me permito incluirlo para grabarlo a fuego en vista de algunos acontecimientos que buscaron (o buscan) hacerla temblar.

Coraje, argentinos. Repasemos la historia para recordar, para no olvidar el país que supimos ser, y que podemos volver a ser.

¡Valor, mi pueblo querido! Inscribamos en la historia una nueva página mejor, argentinos. Somos los dueños de la bandera esplendorosa que al mundo con sus triunfos admiró, la que a San Lorenzo se dirigió inmortal. Que la luz de la historia agigante nuestra determinación para hacer en esta vasta nación un presente esperanzador y un futuro prometedor. ¡Qué la Patria se agrande, y sea grande, en virtud, en trabajo y en paz!

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