Vivir en Paraguay: “Los argentinos no somos mejores y existe mucho por aprender”

A Mariano Moyano jamás se le hubiera ocurrido mudarse a Paraguay. En el pasado, su profesión de abogado lo había llevado a vivir en Nueva York por un tiempo, un destino que para su entorno se oía natural a la hora de evaluar la posibilidad de emprender un cambio de vida. ¿Pero Paraguay? ¿Por qué elegiría aquel país latinoamericano, hermano fronterizo en el mapa, pero tan alejado de las fantasías de un ideal? Sin embargo, cuando llegó el momento de tomar la decisión, no lo dudó. El semblante de su mujer, Florencia, irradiaba todo lo que él necesitaba para saber que hacían lo correcto: allí, rodeada de aquella atmósfera, ella contagiaba felicidad.

Buenos Aires siempre había sido querida, en la Argentina el matrimonio tenía un camino andado, pero anhelaban transitar por nuevos senderos que les abrieran las puertas a desafíos inéditos, para enriquecerse y ampliar sus visiones del mundo. Por aquel entonces, con 35 y 32 años, se percibían jóvenes, aunque no tanto; sin dudas, sentían que poseían la suficiente energía para emprender el nuevo rumbo: “Obviamente, este tipo de decisiones se viven con un poco de miedo”, reconoce Mariano hoy. “A la distancia comprendemos que fue una iniciativa osada, pero el tiempo nos dio la razón”.

Florencia y Mariano, un tiempo antes de partir a Paraguay.

“Las mejores decisiones se toman desde el corazón”

Mariano jamás olvidará la seguridad de Florencia al tomar la decisión. Cuando pisaron por primera vez territorio guaraní juntos en una visita en mayo del 2005, palabras inesperadas surgieron de la boca de su mujer: “Yo me quiero quedar acá, esto es lo que siempre soñé”. A ella, los aires paraguayos le recordaban a sus cinco años en Caracas siendo soltera, al calor humano caribeño y a una alegría diferencial conquistadora de corazones.

“Ella vio que era un lugar ideal para criar a nuestra hija de dos años y a los hijos que vinieran (dos más llegaron en Asunción). Asimismo, pudo apreciar la calidad de su gente, la simpleza y el hecho de que todo allí parecía fluir sin tantas complicaciones. Aunque al principio no estaba convencido, de pronto también lo pude ver”, continúa Mariano.

Barrios coloridos con aires caribeños.

Nada los ataba a Paraguay, ni trabajo ni proyectos, sin embargo, en julio del 2005 ya estaban mudados: “`Andá a Buenos Aires y vendé todo´, recuerdo que me dijo mi mujer. Fue una decisión impulsiva, pero dicen que las mejores decisiones son las que se toman desde el corazón…”, sonríe Mariano.

Nuevas costumbres en una tierra donde decir geriátrico es mala palabra

Lo primero que le impactó a Mariano fue la luz. Con Florencia, solían vivir en un lindo departamento bien ubicado en el centro de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, pero carente de luz solar y áreas verdes. Asunción, en cambio, había amanecido con una luminosidad poderosa y una diversidad de verdes increíbles para sus ojos:

“La ciudad está situada sobre una flora espectacular, y en la cultura local se respeta mucho el verde. Si un árbol crece en el medio de una calle ¡se lo respeta! y hay que desviarse. Y lo otro que nos llamó la atención fue la extrema amabilidad del paraguayo: siempre están sonrientes, nunca se quejan, y te dan todo para que estés cómodo. Es un pueblo agradecido a la vida, pese a todo, pese a las penurias, la pobreza y las guerras. A Paraguay también se la llama `la tierra sin mal´”.

“Y todos me preguntan: ¿Cómo hacés con el calor? La verdad es que el paraguayo te enseña a cómo vivir con el calor. Todo se aprende. Y después de un tiempo, no solo no es un problema, sino que llegás a extrañarlo”, continúa Mariano, quien en su rubro se especializa en derecho internacional, algo que lo ha llevado a viajar con frecuencia por el mundo.

Parque de la Salud, Asunción.

Durante los primeros tiempos, y como suele sucederle a todo inmigrante, el matrimonio entabló contacto con otros argentinos. Pero, a pesar de que en tierras lejanas a la patria el apoyo de otros pares siempre es bienvenido, pronto sintieron una fuerte necesidad de abrir su corazón y su cabeza a una experiencia genuina, compartida con los lugareños.

“La comunidad argentina, aunque cueste creerlo, es chica”, asegura Mariano. “Nosotros nos vinculamos más con los paraguayos, que nos abrieron los brazos a su país. El círculo argentino tiene mucha movilidad, suele componerse por inversores o gerentes de empresas que vienen por un tiempo. Enseguida entendimos que no era nuestro caso y buscamos integrarnos a la comunidad toda, que es maravillosa. La unidad familiar aquí se ejercita diariamente, en el sentido que hay un contacto permanente entre todos y todos se cuidan. Acá, por ejemplo, los geriátricos son mala palabra”.

“Por otro lado, el concepto del tiempo también me impactó en un comienzo. Acostumbrados a correr contra reloj en Buenos Aires, aquí descubrí que todo tiene otra velocidad, y que se respeta más la paz y la tranquilidad. En la humildad que transmiten los paraguayos se ve la simpleza de la vida, lo que nos hace replantearnos a los `acelerados´ nuestras prioridades. Y, si bien los argentinos tenemos nuestra `fama´ y los porteños no somos los más queridos en América Latina, lo cierto es que jamás nos discriminaron, ni mucho menos. Acá nos sentimos uno más”.

Durante la pandemia, los hijos de Florencia y Mariano disfrutan de cabalgatas al aire libre.

Calidad de vida en una tierra que vive el presente

Con el correr de los años, el matrimonio quedó sorprendido ante una estabilidad desconocida en el pasado, que puso en evidencia hasta qué punto habían naturalizado ciertas formas de vida que, tal vez, creían que serían similares en su nuevo hogar.

Sin embargo, en sus 15 años viviendo en Paraguay, y excluyendo el período de pandemia, la estabilidad los acompañó en sus actividades: “No conocemos de recesión, ni de inflación, ni de corridas cambiarias”, revela Mariano. “Cada vez que nuestros hijos visitan Buenos Aires se sorprenden al ver que los precios ya no son los que ellos conocían de su último viaje. Ellos se han criado sin esas cosas y como padres es uno de los objetivos cumplidos”.

“La inseguridad generalizada tampoco es un tema aquí”, continúa pensativo. “Si bien hay algunos problemas como en muchos países, acá se respira cierta seguridad. Me he olvidado con frecuencia la llave puesta en el auto, o la ventana abierta y… nada. Paraguay es un país que progresa, con sus problemas obviamente, que los hay, pero seguirá progresando”.

Sus hijos disfrutando la naturaleza.

Entre la estabilidad y la alegría de un pueblo que Mariano reveló capaz de disfrutar del aquí y ahora sin vivir preocupado por el futuro, los planes de echar raíces crecieron. Fue así que Florencia decidió comprar tierra a un costo sumamente accesible, sembrar y dejar crecer un negocio prometedor:

“Hoy tenemos una plantación de café orgánico, AKA PYTA, que significa `cabeza colorada´ en guaraní, en honor a nuestra hija menor”, cuenta Mariano complacido. “Por supuesto que hemos pasado contratiempos y extrañamos a nuestros afectos, pero esta tierra compensa con su calidad humana y su capacidad de vivir el presente, algo que hemos tratado de aprender”.

Escalinata San Jerónimo, Asunción, Paraguay.

Los regresos a una familia sorprendida

Por cuestiones profesionales, Mariano regresa seguido a Buenos Aires y, por supuesto, aprovecha para ver a su familia. Hoy, en estos reencuentros felices, puede comprobar que los cuestionamientos de antaño se han desvanecido. En aquel lejano pasado, la decisión de elegir Paraguay había padecido de ciertos juicios inevitables por parte de un entorno querido, que no entendía las razones.

“¿A Paraguay? ¿Qué vieron en Paraguay?, repetían. Hoy ya no solo no se lo cuestionan, sino que cuando nos visitan se sorprenden al vernos tan bien. En general, en la sociedad porteña se tiene un concepto de Paraguay y de Asunción bastante prejuicioso y limitado. Hoy eso está cambiando”, reflexiona el abogado.

“Sin dudas cuesta ver crecer y envejecer a tus seres queridos lejos tuyo, pero ellos saben que, de hacer falta, allí estaremos y, como aprendimos de los paraguayos, tenemos las puertas abiertas de par en par para recibirlos. Algunos amigos creo que siguen sorprendidos de nuestra elección, pero no tanto, muchos de ellos viven en el interior de Argentina o en otros países: somos de una generación que tomó la oportunidad de ampliar los horizontes”.

Barrio residencial impregnado de verde, en Asunción.

Aprendizajes de una tierra sin mal

Mariano Moyano jamás olvidará el semblante de su mujer cuando, con determinación, le dijo que se quería quedar a vivir en Paraguay. Tanto para él como para muchos, la idea parecía alocada y sin embargo hoy, luego de tantos años, comprende con claridad que fue la decisión correcta. Para él, su patria de adopción le ha obsequiado aprendizajes invaluables acerca del concepto de hogar y los prejuicios en el mundo.

“Viviendo fuera del país y viajando como viajamos, nos damos cuenta de que hay denominadores comunes con tu patria, y que el hogar es donde está la familia que formaste, sea donde estés”, manifiesta con tranquilidad. “Y observamos que, si bien Argentina es nuestro país, también lo es Paraguay, y que en nuestro corazón hay lugar para ambos”.

En familia.

“Hemos visto mucha gente argentina volverse, porque no se adaptaron. Y creo que no lo hicieron precisamente porque nunca tuvieron la apertura mental de entender que tenés que ceder algo de tus costumbres y tradiciones, y que las de tu país adoptivo son tan válidas como las tuyas. Los argentinos no somos mejores y existe mucho por aprender fuera de nuestras fronteras. De hecho, las verdaderas fronteras son las mentales. No es difícil adaptarse a la vida de Paraguay, pero sí lo es si querés trasladar a la Argentina a tu nuevo entorno. Es cierto que quizás en otros lugares del planeta encontremos mayor desarrollo, más tecnología y un sinfín de cosas interesantes. Pero no hay nada como el calor humano y sonrisa de los habitantes de Paraguay, la tierra sin mal”.

Fuente: La Nación

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